domingo, 28 de enero de 2018

Guía diaria para acompañarnos en el camino




"El guru, que se hallaba meditando en su cueva del Himalaya, abrió los ojos y descubrió, sentado frente a él, a un inesperado visitante: el abad de un célebre monasterio.


“¿Qué deseas?”, le preguntó el guru.


El abad le contó una triste historia. En otro tiempo, su monasterio había sido famoso en todo el mundo occidental, sus celdas estaban llenas de jóvenes novicios, y en su iglesia resonaba el armonioso canto de sus monjes. 


Pero habían llegado malos tiempos: la gente ya no acudía al monasterio a alimentar su espíritu, la avalancha de jóvenes candidatos había cesado y la iglesia se hallaba silenciosa. Sólo quedaban unos pocos monjes que cumplían triste y rutinariamente sus obligaciones. 


Lo que el abad quería saber era lo siguiente: “¿Hemos cometido algún pecado para que el monasterio se vea en esta situación”?


“Sí”, respondió el guru, “un pecado de ignorancia”.


“¿Y qué pecado puede ser ése?”.


“Uno de vosotros es el Mesías disfrazado, y vosotros no lo sabéis”. Y, dicho esto, el guru cerró sus ojos y volvió a su meditación.


Durante el penoso viaje de regreso a su monasterio, el abad sentía cómo su corazón se desbocaba al pensar que el Mesías, ¡el mismísimo Mesías!, había vuelto a la tierra y había ido a parar justamente a su monasterio. 


¿Cómo no había sido él capaz de reconocerle? ¿Y quién podría ser? ¿Acaso el hermano cocinero? ¿El hermano sacristán? ¿El hermano administrador? ¿O sería él, el hermano prior? ¡No, él no! Por desgracia, él tenía demasiados defectos...


Pero resulta que el guru había hablado de un Mesías “disfrazado”... ¿No serían aquellos defectos parte de su disfraz? Bien mirado, todos en el monasterio tenían defectos... ¡y uno de ellos tenía que ser el Mesías!


Cuando llegó al monasterio, reunió a los monjes y les contó lo que había averiguado. Los monjes se miraban incrédulos unos a otros: ¿el Mesías... aquí? ¡Increíble! Claro que, si estaba disfrazado... entonces, tal vez... ¿Podría ser Fulano...? ¿O Mengano, o...?


Una cosa era cierta: si el Mesías estaba allí disfrazado, no era probable que pudieran reconocerlo. De modo que empezaron todos a tratarse con respeto y consideración. “Nunca se sabe”, pensaba cada cual para sí cuando trataba con otro monje, “tal vez sea éste...”.


El resultado fue que el monasterio recobró su antiguo ambiente de gozo desbordante. Pronto volvieron a acudir docenas de candidatos pidiendo ser admitidos en la Orden, y en la iglesia volvió a escucharse el jubiloso canto de los monjes, radiantes del espíritu de Amor.


¿De qué sirve tener ojos si el corazón está ciego?”


Anthony De Mello





***












"Pero cuando Él llama a alguien a esta oración y se la concede, debe perseverar en ella mientras el Señor quiera. Por tanto, lo difícil no es cómo orar o cómo permanecer en oración, sino cómo salir de ella. 


Porque, entendida como gracia, la oración nos «atrapa» y nos lleva a dejarnos tomar por el Señor y a mantenernos en su oración para que Él realice, por medio de nosotros, su intercesión por el mundo.


En algunos casos, esa llamada a la oración permanente y a la participación en la intercesión de Cristo, toma la forma de invitación a estar con Cristo en Getsemaní, compartiendo su oración en el Huerto. 


Es como si el Señor renovara en la actualidad la elección que hizo de sus tres discípulos más íntimos para que le acompañaran en ese momento crucial de su vida; y eligiera hoy a unas cuantas personas para hacerles participar de su desolación, su angustia y el grito de su oración.»


Fundamentos-Contemplativos en el mundo


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