sábado, 31 de marzo de 2018

Guía diaria para acompañarnos en el camino



"Se hallaba un sacerdote sentado en su escritorio, junto a la ventana, preparando un sermón sobre la Providencia. 


De pronto oyó algo que le pareció una explosión, y a continuación vio cómo la gente corría enloquecida de un lado para otro, y supo que había reventado una presa, que el río se había desbordado y que la gente estaba siendo evacuada.


El sacerdote comprobó que el agua había alcanzado ya a la calle en la que él vivía, y tuvo cierta dificultad en evitar dejarse dominar por el pánico. Pero consiguió decirse a sí mismo: “Aquí estoy yo, preparando un sermón sobre la Providencia, y se me ofrece la oportunidad de practicar lo que predico. No debo huir con los demás, sino quedarme aquí y confiar en que la providencia de Dios me ha de salvar”.


Cuando el agua llegaba ya a la altura de su ventana, pasó por allí una barca llena de gente. “¡Salte adentro, Padre!”, le gritaron. “No, hijos míos”, respondió el sacerdote lleno de confianza, “yo confío en que me salve la providencia de Dios”.


El sacerdote subió al tejado y, cuando el agua llegó hasta allí, pasó otra barca llena de gente que volvió a animar encarecidamente al sacerdote a que subiera. Pero él volvió a negarse.  


Entonces se encaramó a lo alto del campanario. Y cuando el agua le llegaba ya a las rodillas, llegó un agente de policía a rescatarlo con una motora. Muchas gracias, agente”, le dijo el sacerdote sonriendo tranquilamente, “pero ya sabe usted que yo confío en Dios, que nunca habrá de defraudarme”.


Cuando el sacerdote se ahogó y fue al cielo, lo primero que hizo fue quejarse ante Dios: “¡Yo confiaba en tí! ¿Por qué no hiciste nada por salvarme?”.


“Bueno”, le dijo Dios, “la verdad es que envié tres botes ¿no lo recuerdas?”.


Anthony De Mello





***











"En la oración, nuestra tarea es buscar a Cristo, unirnos a Él y penetrar, por la oración, cada vez más en su misterio; alabar a Dios y elevar súplicas con los mismos sentimientos con que oraba el Divino Redentor. 


Pero no se trata sólo de imitar algo pasado, sino de que hoy y aquí nos unimos a una oración eclesial que es verdaderamente la oración de Cristo que sigue intercediendo por nosotros en la presencia del Padre.


Esto vale especialmente para la recitación de los salmos, porque el Espíritu en el que Jesús oró con los salmos ha sido derramado en cada bautizado. Por eso, nosotros podemos ahora, con el mismo Espíritu y como Jesús, apropiarnos el salmo y cantarlo de nuevo. 


También para nosotros las palabras de los salmos se hacen palabras vivas y se cumplen, porque los rezamos en el mismo Espíritu que inspiró la Sagrada Escritura. Y es el Espíritu Santo el que nos ayuda a orar los salmos con sentido cristiano y unidos a Cristo, que los rezó en la tierra y que los une a su plegaria permanente en el cielo.»


Fundamentos-Contemplativos en el mundo


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