martes, 30 de enero de 2018

Guía diaria para acompañarnos en el camino




"El anciano rabino se había quedado ciego y no podía leer ni ver los rostros de quienes acudían a visitarlo.


Un día le dijo un taumaturgo: “Confíate a mí, y yo te curaré de tu ceguera”.


“No me hace ninguna falta”, le respondió el rabino. “Puedo ver todo lo que necesito”.


No todos los que tienen los ojos cerrados están dormidos. Ni todos los que tienen los ojos abiertos pueden ver."


Anthony De Mello






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"Todo esto, que constituye el clamor interno que brota del corazón del Señor, se convierte en la incontenible experiencia que da sentido a la oración del hombre y que le impide renunciar a orar así porque es su único modo de vivir.


Es verdad que no podemos estar permanentemente unidos a la oración de Jesús en el Huerto, puesto que nuestra debilidad nos lo impide. 


La sequedad interior, la lejanía de Dios o el sentimiento de impotencia ponen de manifiesto la oscuridad de este modo de orar y la debilidad de nuestra carne; pero, a la vez, eso mismo constituye el impulso que nos empuja una y otra vez a suplicar de ese modo. 


Y aunque no podamos orar siempre con esa intensidad, no hemos de consentir nunca en salir de esa súplica, a menos que Dios nos saque de ella. No debemos pretender ser otra cosa que pobres criaturas que claman a Dios día y noche. 


En una palabra, se trata de aceptar ser pobres, radicalmente pobres, a lo largo de toda la vida. Y eso nos une a la oración de Cristo que «en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial. Y, aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer» (Heb 5,7-8).


Fundamentos-Contemplativos en el mundo


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