"Un hombre fue a una barbería a cortarse el cabello y recortarse la barba.Como es costumbre en estos casos entabló una amena conversación con la persona que le atendía.
Hablaban de tantas cosas y tocaron muchos temas.De pronto, tocaron el tema de Dios.El barbero dijo:- Fijese caballero que yo no creo que Dios exista, como usted dice.
-Pero, ¿por qué dice usted eso? -pregunta el cliente.- Pues es muy fácil, basta con salir a la calle para darse cuenta de que Dios no existe.
Oh… dígame, ¿acaso si Dios existiera, habría tantos enfermos?¿ Habría niños abandonados? Si Dios existiera, no habría sufrimiento ni tanto dolor para la humanidad. Yo no puedo pensar que exista un Dios que permita todas estas cosas.
El cliente se quedó pensando un momento, pero no quiso responder para evitar una discusión. El barbero terminó su trabajo y el cliente salió del negocio.
Recién abandonaba la barbería, vio en la calle a un hombre con la barba y el cabello largo; al parecer hacía mucho tiempo que no se lo cortaba y se veía muy desarreglado.
Entonces entró de nuevo a la barbería y le dijo al barbero.- ¿Sabe una cosa? Acabo de darme cuenta que los barberos no existen.
–Cómo que no existen? -pregunta el barbero- Si aquí estoy yo y soy barbero.- ¡No! -dijo el cliente- no existen, porque si existieran no habría personas con el pelo y la barba tan larga como la de ese hombre que va por la calle.
-Ah, los barberos sí existen, lo que pasa es que esas personas no vienen a mi.
-¡Exacto! -dijo el cliente.»
Anónimo
***
"Antes que el amor, el dinero y la reputación, denme la verdad.
Me senté a una mesa en la que había sabrosos manjares y vino abundante y cuidadosa atención, pero donde faltaban la sinceridad y la verdad; y me escapé con hambre de aquel ágape poco hospitalario.
La hospitalidad era tan glacial como el hielo. Me pareció que no hacía falta allí hielo alguno para congelar a los comensales. Me hablaron de lo añejo del vino y de la fama de la bodega; pero pensé en un vino más viejo y más nuevo, más puro, y en una cosecha más gloriosa, que ellos no habían conseguido ni podían adquirir.»
Me senté a una mesa en la que había sabrosos manjares y vino abundante y cuidadosa atención, pero donde faltaban la sinceridad y la verdad; y me escapé con hambre de aquel ágape poco hospitalario.
La hospitalidad era tan glacial como el hielo. Me pareció que no hacía falta allí hielo alguno para congelar a los comensales. Me hablaron de lo añejo del vino y de la fama de la bodega; pero pensé en un vino más viejo y más nuevo, más puro, y en una cosecha más gloriosa, que ellos no habían conseguido ni podían adquirir.»
Henry Thoraud-Walden. La Vida en los Bosques
No hay comentarios:
Publicar un comentario