domingo, 29 de enero de 2017

Guía diaria para acompañarnos en el camino



"El sabio indio Narada partió en peregrinación hacia el templo del Señor Vishnú. Una noche se detuvo en una aldea y le dieron asilo en la choza de una pobre pareja. 


A la mañana siguiente, antes de que marchara, el hombre le dijo a Narada: «Ya que vas a ver al Señor Vishnú, pídele que nos conceda un hijo a mi mujer y a mí, porque son muchos años ya los que llevamos sin descendencia».


Cuando Narada llegó al templo, dijo al Señor: «Aquel hombre y su mujer fueron muy amables conmigo. Ten compasión de ellos y dales un hijo». El Señor, de un modo terminante, le replicó: «En el destino de ese hombre no está el tener hijos». De modo que Narada, una vez hechas sus devociones, regresó a casa.


Cinco años más tarde emprendió la misma peregrinación y se detuvo en la misma aldea, siendo hospedado una vez más por la misma pareja. Pero en esta ocasión había dos niños jugando a la entrada de la choza.


«¿De quién son estos niños?», preguntó Narada. «Míos», respondió el hombre.
Narada quedó desconcertado. Y el hombre prosiguió: «Hace cinco años, poco después de que tú te marcharas, llegó a nuestra aldea un santo mendigo. 


Nosotros le dimos hospedaje aquella noche. Y a la mañana siguiente, antes de partir, nos bendijo a mi mujer y a mí... y el Señor nos ha dado estos dos hijos».


Cuando Narada lo oyó, no pudo esperar más y marchó inmediatamente al templo del Señor Vishnú. Una vez allí, gritó desde la misma entrada del templo: «¿No me dijiste que no estaba en el destino de aquel hombre el tener hijos? ¿Cómo es que ahora tiene dos?». 


Cuando el Señor le oyó, rió sonoramente y dijo: «Debe de haber sido cosa de un santo. Los santos tienen el poder de cambiar el destino».


Uno recuerda instintivamente una fiesta de bodas en la que la madre de Jesús, por medio de sus súplicas, consiguió que su hijo realizara un milagro antes de lo previsto en su destino.»


Anthony De Mello






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"Aquí tenemos un pasaje característico sobre la Divina Luz tomado de San Gregorio Palamas. 


Describe la visión del Apóstol cuando fue arrebatado hasta el tercer cielo (2 Co, 12, 2-4): «Pablo vio una luz sin límites abajo o por encima o a los lados; no vio límite alguno a la luz que se le apareció y que brillaba a su alrededor, sino que era como un sol infinitamente más brillante y más grande que el universo; y en medio de este sol estaba él mismo, convertido en nada más que en ojo.» 


Tal es la visión de gloria a la que podemos aproximarnos a través de la Invocación del Nombre.»

Kallistos Ware-El poder del Nombre


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