sábado, 2 de diciembre de 2017

Guía diaria para acompañarnos en el camino



"No es bueno que nuestras oraciones sean escuchadas si no lo son en su debido momento:  En la antigua India se concedía mucha importancia a los ritos védicos, de los que se decía que funcionaban tan ”científicamente” que, cuando los sabios pedían la lluvia, jamás se producía una sequía. 


Así es que, conforme a dichos ritos, un hombre se puso a rezarle a Lakshmi, la diosa de la abundancia, para que le hiciera rico.  Estuvo orando sin éxito durante diez largos años, al cabo de los cuales comprendió de pronto la naturaleza ilusoria de la riqueza y abrazó una vida de renuncia en el Himalaya.

Un buen día, mientras se hallaba sentado y entregado a la meditación, abrió sus ojos y vio ante sí a una mujer extraordinariamente hermosa, tan radiante y resplandeciente como si fuera de oro.

“¿Quién eres tú y qué haces aquí?”, le preguntó.
“Soy la diosa Lakshmi, a la que has estado rezando himnos durante doce años”, le  respondió la mujer, “y he decidido aparecerme ante ti para concederte tu deseo”.  

“¡Ah, mi querida diosa!”, exclamó el hombre, “ahora ya he adquirido la dicha de la meditación y he perdido el deseo de las riquezas. Llegas demasiado tarde... Pero dime, ¿por qué has tardado tanto en venir?”.

“Para serte sincera”, respondió la diosa, “dada la fidelidad con que realizabas aquellos ritos, habrías acabado consiguiendo la riqueza, sin duda alguna. 

Pero, como te amaba y sólo deseaba tu bienestar, me resistí a concedértelo”.  Si pudieras elegir, ¿qué elegirías: que se te concediera lo que pides o la gracia de vivir en paz, aunque no la hubieras pedido?”


Anthony De Mello





***












"Al igual que la fe, que es su origen, la oración, especialmente la oración de Cristo, es un don de arriba, de lo alto, puesto que «nosotros no sabemos orar como conviene» (Rm 8,26). 


La oración no nace de nuestras capacidades o esfuerzos, puesto que nosotros no sabemos cómo orar, ni qué hemos de pedir, para que nuestra oración sea auténtica, eficaz y grata ante los ojos del Padre. 


Por eso, Él mismo viene en nuestra ayuda: en el bautismo nos comunica, con el nuevo ser de hijos de Dios, el regalo de la oración, junto con el Don de los dones, que es el Espíritu Santo, don personal del Padre y del Hijo.


Si «nadie puede decir: “¡Jesús es Señor!”, sino por el Espíritu Santo» (1Co 12,3), tampoco nadie puede dirigirse con corazón de hijo a Dios Padre si no es con la gracia y por la moción del Espíritu Santo; de modo que sólo podemos hablar de «oración cristiana» cuando oramos al Padre, unidos a la oración de Cristo y movidos por el Espíritu. 


El cual es el don de Dios, que ya poseemos, porque «se nos ha dado» (Rm 5,5) en el bautismo, y con Él se nos concede el don de esta oración porque Él es el que traduce nuestras palabras al lenguaje adecuado para que llegue con seguridad a Dios.»


Fundamentos-Contemplativos en el mundo


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