sábado, 3 de febrero de 2018

Guía diaria para acompañarnos en el camino




"Una fría noche de invierno, un asceta errante pidió asilo en un templo. El pobre hombre estaba tiritando bajo la nieve y el sacerdote del templo, aunque era reacio a dejarle entrar, acabó accediendo: “Está bien, puedes quedarte, pero sólo por esta noche. Esto es un templo, no un asilo. Por la mañana tendrás que marcharte”.


A altas horas de la noche, el sacerdote oyó un extraño crepitar. Acudió raudo al templo y vio una escena increíble: el forastero había encendido un fuego y estaba calentándose. Observó que faltaba un Buda de madera y preguntó: “¿Dónde está la estatua?”.


El otro señaló al fuego con un gesto y dijo: “Pensé que iba a morirme de frío..."


El sacerdote gritó: “¿Estás loco? ¿Sabes lo que has hecho? Era una estatua de Buda. ¡Has quemado al Buda!”.


El fuego iba extinguiéndose poco a poco. El asceta lo contempló fijamente y comenzó a removerlo con su bastón.


“¿Qué estás haciendo ahora?”, vociferó el sacerdote.


“Estoy buscando los huesos del Buda que, según tú, he quemado”.


Más tarde, el sacerdote le refirió el hecho a un maestro Zen, el cual le dijo: “Seguramente eres un mal sacerdote, porque has dado más valor a un Buda muerto que a un hombre vivo”.


Anthony De Mello





***












"Para ello hemos de alimentar grandes deseos, a pesar de comprobar nuestra incapacidad. La tentación en este punto nos empujará a acomodar nuestros deseos y nuestra fe a la medida de nuestra pobreza, en vez de intentar acoger en nuestra pobreza la ilimitada gracia que Dios nos hace desear. 


Es frecuente que los mejores deseos de orar se estrellen contra el cansancio o la aridez. Esto es normal; es la expresión más natural de que somos de barro, de que nuestra condición mortal no está todavía preparada para vivir plenamente en Dios. 


Incluso es beneficioso que tengamos que esforzarnos abnegadamente para perseverar en una oración que nos cuesta, porque así tenemos la ocasión de manifestar nuestro amor a Dios con más realismo y pureza, demostrándole que no oramos por nosotros, sino por amor a Él. 


En este sentido, conviene recordar que la oración no carece de gracias o consuelos; pero es, fundamentalmente, un combate. Por eso, el contemplativo acepta de buena gana las dificultades propias de la oración, consciente de que en ellas se expresa, mejor que en los consuelos, el amor y el servicio a Dios.»


Fundamentos-Contemplativos en el mundo


No hay comentarios:

Publicar un comentario