martes, 27 de marzo de 2018

Guía diaria para acompañarnos en el camino



"…ni la magnifican desproporcionadamente. 


El señor Smith había asesinado a su esposa, y la defensa alegó enajenación mental transitoria. El acusado se encontraba declarando, y su abogado le pidió que describiera cómo había sido el crimen.  


“Señor Juez”, dijo él, “yo soy un hombre tranquilo y ordenado que vive en paz con todo el mundo. Todos los días me levanto a las siete, desayuno a las siete y media comienzo mi trabajo a las nueve, lo dejo a las cinco de la tarde, llego a casa a las seis, encuentro la cena en la mesa, ceno, leo el periódico, miro la televisión y me voy a la cama. 


Así he vivido hasta ese día...”.  Al llegar a este punto, su respiración se aceleró y un brillo de cólera asomó en sus ojos.  


“Prosiga”, dijo tranquilamente el abogado. “Cuente a este tribunal lo que sucedió”.  


“Aquel día me desperté a las siete, como de costumbre; desayuné a las siete y media, comencé mi trabajo a las nueve, lo dejé a las cinco de la tarde, llegué a casa a las seis y descubrí, consternado, que la cena no estaba en la mesa. Tampoco había rastro de mi mujer. De modo que busqué por toda la casa y la encontré en la cama con un extraño. Entonces le disparé”.  


“Describa lo que sintió en el momento en que la mataba”, dijo el abogado, visiblemente interesado en subrayar este punto.  


“Yo estaba inconteniblemente furioso. Sencillamente, me había vuelto loco. ¡Señor Juez, damas y caballeros del jurado”, gritó, a la vez que golpeaba con su puño el brazo del sillón, “cuando yo llego a casa a las seis de la tarde, exijo terminantemente que la cena esté en la mesa.»


Anthony De Mello






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"Podemos entrar así en una relación personal con Él de la misma intensidad y profundidad que la relación de amor que se da entre el Padre y el Hijo. Esa relación de amor es la que produce en nosotros la vida verdadera, la vida trinitaria: del mismo modo que Cristo vive por el Padre, el que come el Cuerpo de Cristo vive por medio de Él. 


La Eucaristía nos introduce así en la comunión de amor que es la Trinidad, en la que el Padre y el Hijo se unen en el amor que es el Espíritu Santo.


Pero la comunión sacramental no nos injerta aisladamente en la vida de Dios. Como la Cabeza y el Cuerpo no pueden separarse, al unirnos a Cristo, que es la Cabeza, somos incorporados a todo el Cuerpo, que es la Iglesia, y, de este modo, la Eucaristía es también el sacramento de comunión con la Iglesia a través de la comunión con Cristo, tal como nos dice san Pablo: 


«El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión de la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión del cuerpo de Cristo? Porque el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan» (1Co 10,16-17).»


Fundamentos-Contemplativos en el mundo


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