"Había, en un pueblo de la India, un maestro conocido a la vez por su santidad y por su espíritu excéntrico. Sabedores de ello, los aldeanos lo invitaron a que predicara para divertirse a su costa.
Sin embargo, el maestro intuyó que el pedido no era sincero y decidió darles una lección. Cuando llegó el día de la charla, se presentó ante ellos y les preguntó:
«Amigos, ¿sabéis de qué voy a hablaros?
«No» contestaron todos.
«En ese caso» dijo», no voy a deciros nada. Sois tan ignorantes que de nada podría hablaros que valiera la pena. No os dirigiré la palabra hasta que no sepáis de qué voy a hablaros.
Desorientados, los asistentes volvieron a sus casas. Se reunieron al día siguiente y decidieron invitarlo de nuevo.
Sin dudarlo, el maestro los visitó otra vez y les preguntó:
«¿Sabéis de qué voy a hablaros?
«Sí» contestaron todos.
«En ese caso, no tengo nada que deciros porque ya lo sabéis. Buenas noches, amigos.
Enojados y burlados, los aldeanos no se dieron por vencidos y convocaron por tercera vez al maestro. Este se presentó ante ellos y luego de un breve silencio les preguntó:
«¿Sabéis de qué voy a hablaros?
Los aldeanos se habían puesto de acuerdo para no dejarse atrapar de nuevo y contestaron:
«Algunos lo sabemos y otros no.
«En ese caso, que los que saben transmitan su conocimiento a los que no saben.
Cuento de la tradición hindú
***
"Abandonamos un albergue por otro, pero la continuidad, lo que dura y persiste, son esos relieves que me rodean, esas colinas que se suceden unas a otras y que están siempre ahí.
Y soy yo quien da vueltas a su alrededor, quien pasea por ahí como por su casa: caminando, le tomo las medidas a mi morada. Lo que se atraviesa como lugar de paso obligado, lo que se recorre y se deja atrás son las habitaciones de una noche, los comedores de una velada, sus habitantes y sus fantasmas, pero no el paisaje.
Así, la marcha trastoca por completo la gran separación entre el «afuera» y el «adentro». No habría que decir que se atraviesan montañas y llanuras y se para en los albergues.
Es casi al contrario: durante varios días habito un paisaje, lentamente tomo posesión de él, lo convierto en mi sede.
Y soy yo quien da vueltas a su alrededor, quien pasea por ahí como por su casa: caminando, le tomo las medidas a mi morada. Lo que se atraviesa como lugar de paso obligado, lo que se recorre y se deja atrás son las habitaciones de una noche, los comedores de una velada, sus habitantes y sus fantasmas, pero no el paisaje.
Así, la marcha trastoca por completo la gran separación entre el «afuera» y el «adentro». No habría que decir que se atraviesan montañas y llanuras y se para en los albergues.
Es casi al contrario: durante varios días habito un paisaje, lentamente tomo posesión de él, lo convierto en mi sede.
Y es entonces cuando puede hacer eclosión esa impresión extraña de la mañana, cuando se han dejado atrás las paredes del descanso y se encuentra uno cara al viento, en el centro del mundo: durante todo el día esta será mi casa, aquí voy a vivir mientras camine.»
Andar-Una filosofía-Fréderíc Gros

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