domingo, 8 de mayo de 2016

Guía diaria para acompañarnos en el camino



"Se trataba de un muchacho corriente: en los pantalones se le formaban rodilleras, leí­a historietas, hací­a ruido cuando comí­a, se metí­a los dedos a la nariz, roncaba en la siesta, se llamaba Armando Corriente en todo menos en una cosa: tení­a Otro Yo.


El Otro Yo usaba cierta poesí­a en la mirada, se enamoraba de las actrices, mentí­a cautelosamente , se emocionaba en los atardeceres. 


Al muchacho le preocupaba mucho su Otro Yo y le hacía sentirse incómodo frente a sus amigos. Por otra parte el Otro Yo era melancólico, y debido a ello, Armando no podí­a ser tan vulgar como era su deseo.


Una tarde Armando llegó cansado del trabajo, se quitó los zapatos, movió lentamente los dedos de los pies y encendió la radio. En la radio estaba Mozart, pero el muchacho se durmió. 


Cuando despertó el Otro Yo lloraba con desconsuelo. En el primer momento, el muchacho no supo que hacer, pero después se rehí­zo e insultó concienzudamente al Otro Yo. 


Este no dijo nada, pero a la mañana siguiente se habí­a suicidado.


Al principio la muerte del Otro Yo fue un rudo golpe para el pobre Armando, pero enseguida pensó que ahora sí­ podrí­a ser enteramente vulgar. Ese pensamiento lo reconfortó.


Sólo llevaba cinco dí­as de luto, cuando salió la calle con el propósito de lucir su nueva y completa vulgaridad. 


Desde lejos vio que se acercaban sus amigos. Eso le lleno de felicidad e inmediatamente estalló en risotadas. Sin embargo, cuando pasaron junto a él, ellos no notaron su presencia. 


Para peor de males, el muchacho alcanzó a escuchar que comentaban:
«Pobre Armando.Y pensar que parecí­a tan fuerte y saludable».


El muchacho no tuvo más remedio que dejar de reí­r y, al mismo tiempo, sintió a la altura del esternón un ahogo que se parecí­a bastante a la nostalgia. Pero no pudo sentir auténtica melancolí­a, porque toda la melancolí­a se la habí­a llevado el Otro Yo."


Mario Benedetti






***












"Los días en los que se camina despacio son muy largos: te hacen vivir más tiempo porque te has permitido respirar, has dejado que se haga más profunda cada hora, cada minuto, cada segundo, en lugar de llenarlos hasta arriba, dando de sí las costuras. 


Apresurarse es hacer varias cosas a la vez, y hacerlas rápido. Esto, y aquello, y otra cosa más. Cuando uno se apresura, el tiempo está lleno a rebosar, como un cajón saturado en el que se han metido millones de cosas sin orden ni concierto.


La lentitud consiste en adherirse perfectamente al tiempo, hasta el punto de que los segundos se desgranan, gotean como la lluvia sobre la piedra.»


Andar-Una filosofía-Fréderíc Gros


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