"Shankaracharya iba caminando tranquilamente por una calle. Frente a él venía un paria con un cesto de carne del matadero. El hombre dio un traspiés y chocó con el sabio Shankaracharya, de la casta brahmín, que acababa de bañarse en las aguas de Ganges. Éste se sintió impuro al contacto con el paria, y gritó:
--¡Cuidado, me has tocado!
--Señor -repuso el paria-, no te precipites en tus juicios. Ni yo te he tocado ni tú me has tocado. ¿Es que acaso tu verdadero ser es este cuerpo que ha tocado y ha sido tocado? Tú sabes que el yo real no es la mente, ni las emociones, ni mucho menos este cuerpo.
Shankaracharya se sintió avergonzado. Aquel paria le había dado una gran lección y el suceso sería uno de los más importantes en su existencia para ayudarle a madurar espiritualmente y despertar a la realidad superior.
El Maestro dice: El Yo real no se implica en el cuerpo, la mente o las emociones.»
Cuentos clásicos de la India
***
"El ánimo se fortalece al disfrutar del increíble espectáculo de una cúpula blanca que se abandona a la vista, posada como un sol de hielo en el crepúsculo, inmóvil: es la cumbre del Kailash, que se yergue, guía y llama.
Por fin se supera el puerto del Gula, a más de cinco mil metros, y ahí la impresión sobrecoge, como un relámpago que dura y se sume en el alma: de pronto, la inmensidad, definitiva.
Abajo se extiende un lago de un azul profundo (el Manasarovar). Y por fin el Kailash se ofrece a la vista en su masa enorme, serena y plena. El aire es de tal pureza que todo resplandece. La montaña sagrada está ahí, frente al caminante, ombligo de la tierra, eje del mundo, centro absoluto.
Y el peregrino, enfrentado al vértigo de esta visión, se siente a un tiempo vencedor y vencido.»
Por fin se supera el puerto del Gula, a más de cinco mil metros, y ahí la impresión sobrecoge, como un relámpago que dura y se sume en el alma: de pronto, la inmensidad, definitiva.
Abajo se extiende un lago de un azul profundo (el Manasarovar). Y por fin el Kailash se ofrece a la vista en su masa enorme, serena y plena. El aire es de tal pureza que todo resplandece. La montaña sagrada está ahí, frente al caminante, ombligo de la tierra, eje del mundo, centro absoluto.
Y el peregrino, enfrentado al vértigo de esta visión, se siente a un tiempo vencedor y vencido.»
Andar-Una filosofía-Fréderíc Gros

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