"Se trataba de dos amigos con una gran tendencia hacia la mística. Cada uno de ellos consiguió una parcela de terreno donde poder retirarse a meditar tranquilamente.
Uno de ellos tuvo la idea de plantar un rosal y tener rosas, pero enseguida rechazó el propósito, pensando que las rosas le originarían apego y terminarían por encadenarlo. El otro tuvo la misma idea y plantó el rosal. Transcurrió el tiempo.
El rosal floreció, y el hombre que lo poseía disfrutó de las rosas, meditó a través de ellas y así elevó su espíritu y se sintió unificado con la madre naturaleza. Las rosas le ayudaron a crecer interiormente, a despertar su sensibilidad y, sin embargo, nunca se apegó a ellas.
El amigo empezó a echar de menos el rosal y las hermosas rosas que ya podría tener para deleitar su vista y su olfato. Y así se apegó a las rosas de su mente y, a diferencia de su amigo, creó ataduras.
El Maestro dice: A lo que tienes que renunciar es al sentido de posesividad y a la ignorancia.»
Cuentos clásicos de la India
***
"La impresión de presencia que emana de esas innumerables ofrendas minerales, como flores eternas en el suelo, es enorme: produce como una vibración, porque cada una parece esbozar un gesto, como si se estuviera rodeado de fantasmas.
Todavía queda rodear la montaña sagrada, y eso requiere varios días: en efecto, el rito oriental impone dar la vuelta, rezando, al lugar santo (circunvalación), y el Kailash es como un templo natural, un monumento sagrado esculpido por los dioses en el hielo.
Pero, sobre todo, el peregrino aún tiene que afrontar una última prueba: cruzar el puerto Dolma, a 5.800 metros, que permite el descenso a los valles.
Una vez que ha subido hasta esas alturas inhumanas, heladas, el peregrino se detiene, se tiende como agonizando sobre las piedras, y piensa en todos aquellos a los que no ha sabido amar, rezando por ellos, reconciliándose con su pasado antes de abandonarlo definitivamente.»
Todavía queda rodear la montaña sagrada, y eso requiere varios días: en efecto, el rito oriental impone dar la vuelta, rezando, al lugar santo (circunvalación), y el Kailash es como un templo natural, un monumento sagrado esculpido por los dioses en el hielo.
Pero, sobre todo, el peregrino aún tiene que afrontar una última prueba: cruzar el puerto Dolma, a 5.800 metros, que permite el descenso a los valles.
Una vez que ha subido hasta esas alturas inhumanas, heladas, el peregrino se detiene, se tiende como agonizando sobre las piedras, y piensa en todos aquellos a los que no ha sabido amar, rezando por ellos, reconciliándose con su pasado antes de abandonarlo definitivamente.»
Andar-Una filosofía-Fréderíc Gros

No hay comentarios:
Publicar un comentario